Así es cómo Robert Greene nos cuenta el caso del estafador Yellow Kid, un ejemplo histórico en el que se aplicó esta versión de la tercera estrategia de manipulación con éxito. Este es un extracto del Curso Experto en Cerebro Manipulador: Conócelo Para Protegerte, disponible en el Campus de Poder Personal.
La entrada del estafador
En 1910, un tal Sam Geezil de Chicago vendió su negocio de naves industriales por cerca de un millón de dólares. Se quedó casi retirado, mientras se ocupaba de sus numerosas propiedades, pero en el fondo echaba de menos los días en que llevaba el negocio. Un día un joven que se llamaba Joseph Weil (que como veremos, es el estafador de esta historia) le fue a visitar a su oficina, porque le interesaba comprar un apartamento que tenía a la venta.
Geezil le explicó las condiciones: el precio eran 8.000$ y la entrada de 2.000. Weil dijo que se lo pensaría, pero volvió al día siguiente y ofreció pagar los 8.000 en metálico si Geezil esperaba un par de días, hasta que se resolviese un negocio que tenía Weil.
Aunque estuviera retirado, un hombre de negocios astuto como era Geezil tenía curiosidad por saber cómo podría Weil hacerse con tanto dinero (que por aquel entonces era mucho más) en tan poco tiempo.
Weil no parecía muy dispuesto a contar nada y cambió de tema, pero Geezil era muy persistente. Por fin, después de prometer confidencialidad, Weil le contó a Geezil la siguiente historia…
El cebo
El tío de Weil era el secretario de un círculo de financieros millonarios. Estos hombres habían comprado una cabaña de caza en Michigan hacía diez años a un precio muy bajo. No habían usado la cabaña durante unos años, así que decidieron venderla y le habían pedido al tío de Weil que consiguiera lo que pudiera por ella.
Por razones personales de peso, el tío les tenía mucho rencor a los millonarios desde hacía años; y esta era la oportunidad de vengarse. Vendería la propiedad por 35.000 dólares a alguien compinchado, que Weil estaba encargado de encontrar.
Los financieros eran demasiado ricos para preocuparse por un precio tan bajo. Entonces el compinche vendería la propiedad otra vez por su verdadero precio, alrededor de 155.000 dólares.

El tío, Weil y el compinche se dividirían los beneficios de esta segunda venta. Todo era legal y por una buena causa, que era la justa retribución del tío.
Geezil no quería oír más: deseaba ser el compinche. Weil se mostró algo reacio a involucrarle, pero Geezil no cejó en su empeño. La idea de un buen beneficio y un poco de aventura le tenía saltando de impaciencia.
Weil explicó que Geezil tendría que poner los 35.000 en metálico para que saliera bien el asunto. Geezil, millonario, dijo que podía conseguir el dinero en un abrir y cerrar de ojos.
Preparación de la estafa
Weil por fin cedió y dijo que organizarían un encuentro con el tío, Geezil y los financieros, en Galesgurg, Illinois.
En el viaje en tren a Galesburg, Geezil conoció al tío; un hombre impactante con el que habló de negocios con entusiasmo. Weil también trajo consigo a un compañero, un hombre algo barrigudo que se llamaba George Gross. Weil le explicó a Geezil que él era entrenador de boxeo y que George era uno de los luchadores prometedores que estaba entrenando y le había pedido que les acompañara para asegurarse de que el boxeador se mantenía en forma. Para ser un púgil con futuro, el aspecto de Gross no se puede decir que impresionara mucho; pues tenía el pelo gris y bastante tripa. Pero Geezil estaba tan entusiasmado con el negocio que no reparó en la apariencia flácida del hombre.
Una vez que llegaron a Galesburg, Weil y su tío fueron a buscar a los financieros mientras Geezil esperaba en la habitación de un hotel con Gross, que no tardó en ponerse su pantalón de boxeo.
Mientras Geezil observaba, Gross empezó a boxear con su sombra. Distraído como estaba, Geezil no se dio cuenta de cómo jadeaba el boxeador después de unos minutos de ejercicio, aunque su estilo parecía auténtico.
Una hora después, Weil y su tío volvieron a aparecer con los financieros, un grupo de hombres imponentes e intimidantes, todos muy trajeados. La reunión fue bien y los financieros aceptaron venderle la cabaña a Geezil, quien ya había dado orden de que se le enviaran los 35.000 dólares a un banco local.
Ahora que este pequeño negocio estaba solucionado, los financieros se relajaron en sus butacas y empezaron a charlar de altas finanzas, lanzando el nombre de “J.P. Morgan” como si le conocieran en persona. Al final uno de ellos se dio cuenta de la presencia del boxeador en una esquina de la habitación. Weil le explicó el motivo de que estuviera allí.
Introducción de la verdadera estafa
El financiero le contó que él también tenía un boxeador, del que dijo el nombre. Weil rió descaradamente y exclamó que su hombre podía dejar K.O. al otro sin ningún problema. La conversación fue subiendo de tono y terminó en una discusión.
En el calor de la pasión, Weil les retó a que hicieran una apuesta. Los financieros dijeron que sí entusiasmados y se fueron a preparar a su hombre para el día siguiente.
En cuanto se fueron, el tío le gritó a Weil, delante de Geezil, que no tenían dinero suficiente para apostar, y cuando lo descubrieran los financieros echarían al tío de su trabajo.
Weil pidió perdón por meterle en este lío, pero tenía un plan: conocía bien al otro boxeador y con un pequeño soborno podrían arreglar el combate. ¿Pero de dónde sacarían el dinero para la apuesta?, respondió el tío. Sin dinero valían lo mismo que muertos.
La víctima deseosa
Por fin, Geezil había oído suficiente. Con pocas ganas de estropear su propio negocio ofreció sus 35000 en metálico como parte de la apuesta. Aunque perdiera eso, pediría que le mandaran más dinero y todavía podía sacar beneficio de la venta de la cabaña.
El tío y el sobrino le dieron las gracias. Con sus propios 15.000 dólares y los 35.000 de Geezil tendrían suficiente para la apuesta. Esa tarde, mientras Geezil veía cómo los dos boxeadores ensayaban la pelea amañada en la habitación del hotel, la cabeza le daba vueltas de pensar en lo que iba a sacar de las apuestas de boxeo y de la venta de la cabaña.
El combate tuvo lugar en un gimnasio al día siguiente. Weil estaba encargado del dinero en metálico, que puso en una caja fuerte para mayor seguridad. Todo estaba saliendo como habían planeado en la habitación del hotel. Los financieros estaban con cara de pena de ver lo mal que lo estaba haciendo su boxeador, y Geezil ya estaba soñando con el dinero fácil que iba a ganar en breve.
Entonces, de repente, un derechazo salvaje por parte del luchador de los financieros le alcanzó fuerte en la cara a Gross y le tumbó. Cuando cayó sobre el suelo, le sangraba la boca. Tosió y luego se quedó quieto.
El miedo como seguro del estafador
Uno de los financieros, que había sido médico, le tomó el pulso. Estaba muerto. Los millonarios se asustaron. Había que salir de allí antes de que llegara la policía, pues les podían acusar de asesinato.
Aterrorizado, Geezil salió del gimnasio y volvió a Chicago sin los 35.000 dólares, que no le importaba perder, ya que parecía un precio barato por evitar estar involucrado en un crimen. No quería volver a ver a Weil ni a ninguno de los otros.
Después de que hubiera salido Geezil, Gross se levantó por su propio pie. La sangre que le había salido por la boca era de una bola de sangre de pollo y agua caliente que se había escondido en el carrillo.
El estafador: The Yellow Kid
Todo el asunto lo había organizado el estafador Weil, más conocido como “The Yellow Kid”, uno de los estafadores más creativos de la historia. Weil repartió los 35.000 dólares con los financieros y los boxeadores, que eran en realidad sus compañeros de estafa. Fue una buena cantidad de dinero por un par de días de trabajo.
Este ha sido un caso célebre en la historia de los grandes estafadores, y por supuesto, manipuladores de todos los tiempos.
El estafador Yellow Kid había seleccionado a Geezil como víctima de su estafa y luego había preparado todo a medida para que se sintiese tentado. Sabía que el montaje del combate de boxeo sería estupendo para separar a Geezil de su dinero rápida y definitivamente. Pero también sabía que planteándole la apuesta en un primer momento, a él no le interesaría e incluso desconfiaría.
En su aplicación de la tercera estrategia, Yellow Kid se acercó a su víctima con una idea conocida para él: un negocio inmobiliario rentable. Y ese trato era la cortina de humo para aplicar la persuasión a la que realmente era la estafa: la apuesta de boxeo.
Yellow Kid, el estafador es, tal vez, uno de los mejores ejemplos que tenemos de cerebros manipuladores. Y el enmascaramiento era su estrategia de manipulación favorita.
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